La pérdida de un ser querido puede ser un proceso lento y doloroso, así como también puede ser breve, aunque terminante. El primero es terriblemente desgastante, y el segundo se siente como un golpe seco, abrupto, que te saca el aire del cuerpo. De alguna u otra manera, el después transcurre más o menos de la misma forma: al principio todo te resulta insoportable, te deshidratás por el llanto y no tenés ganas de levantarte. Luego, con el paso de los días, te vas incorporando a la rutina, y te vas olvidando de aquella experiencia traumática que pasaste hace sólo unas semanas, unos meses. Pero a veces te acordás.
De cómo sobrellevar
el vacío
La idea de este proyecto es relatar cómo mi familia y yo nos acostumbramos a vivir con una pérdida. No se trata de un proceso lineal, y tampoco pienso que sea una herida que con el tiempo se cura y solo deja una pequeña cicatriz; creo que, en realidad, es una herida que se abre y se cierra a medida que recordamos y olvidamos, y con la que aprendemos a convivir.
El trabajo se trata de fotos que tomé en mi casa, la casa de mi abuela o durante viajes cortos en donde hago retratos de mi familia y objetos, así como autorretratos, y utilicé la cámara de mi celular.